Santa María, Virgen de la espera, danos un alma vigilante.
En el umbral del tercer milenio, nos sentimos desgraciadamente hijos más bien del crepúsculo que profetas de Adviento.
Centinela de la mañana, despierta en nuestros corazones la pasión de
noticias frescas a llevar a un mundo que ya se siente viejo. Tráenos el
arpa y la cítara, para que contigo, temprano, podamos despertar el alba.
Frente a los cambios que sacuden a la historia, danos a sentir el
estremecimiento del comienzo. Haznos comprender que no es suficiente
para dar acogida: hay que esperar.
Acoger es a veces un signo de resignación.
La espera es siempre un signo de esperanza.
Danos por eso ministros de la espera.
Cuando el Señor venga, Virgen del Adviento, que Él nos sorprenda, gracias a tu complicidad maternal, con la lámpara en la mano.
|