1. La figura de María a través de San Marcos


La imagen más antigua
Comenzamos por Marcos, el más breve y, casi con seguridad, el más antiguo de los cuatro evangelios. El que recoge, muy probablemente, las catequesis y predicaciones de San Pedro, o sea, el evangelio según lo proclamaba Pedro.

Acerca de María, este evangelio de Marcos es una parquedad extrema, comparable –por la ausencia de referencias- al gran silencio marial neo-testamentario. Marcos comienza su evangelio presentando la figura de san Juan Bautista, y casi inmediatamente a un Jesús ya adulto que llega a bautizarse en el Jordán. Nada de relatos de la infancia, que –como vemos en Mateo y Lucas- se prestan a decirnos algo de la Madre. Nada comparable a dos grandes escenas marianas del evangelio de San Juan: las bodas de Caná y el Calvario.


Dos textos: Mc 3, 31-35; 6, 1-3
Lo que dice Marcos acerca de María se agota en dos brevísimos pasajes, ambos situados en la primera parte de su evangelio. Y en esos pasajes ni siquiera se advierte la impronta personal del narrador. Este mantiene una fría objetividad de cronista y nos reporta lo que terceras personas dicen de María. Y si nos detenemos a analizar el texto, encontramos que esas terceras personas son incrédulas, enemigos de Jesús, que por supuesto no se ocupan de su madre con benevolencia, sino desde su hostilidad y descreimiento. Para ellos se agrega, como contrapunto y refutación, es testimonio de Jesús mismo acerca de María.

Leamos los pasajes. El primero en Mc 3, 31-35
"Vinieron su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le mandaron llamar. Se había sentado gente a su alrededor y le dicen: -Mira, tu madre y tus hermanos y te buscan allí fuera. El replicó :-¿Quién es mi madre y mis hermanos?
Y mirando en torno, a los que se habían sentado a su alrededor, dijo: -Aquí tienes a mi madre y mis hermanos.
El que haga voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre"
.
El segundo pasaje es la escéptica exclamación de los que se admiraban, incrédulos, de su inexplicable poder y sabiduría; se lee en el capítulo 6, 1-3
"Se marchó de allí y fue a su tierra, y le siguieron sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y los muchos que le oían se admiraban diciendo:
-¿De dónde le viene esto? ¿Y qué sabiduría es ésta que se le ha dado? ¿Y tales milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanos aquí con nosotros? Y se escandalizaron de él"
.
Estos son los dos únicos pasajes del evangelio de Marcos en que se menciona a María. Ellos comprueban simplemente que a Jesús se lo conocía en su medio como el carpintero, el hijo de María. Que esa filiación hacía para muchos más increíble que fuera el enviado de Dios. Servía de excusa a los mal dispuestos para afirmarse en su incredulidad.
Porque las mismas distancias entre las muestras de poder y sabiduría que –según el relato de Marcos- Jesús iba dando por todas partes, era un argumento de que no le venían de herencia ni de bagaje humano, sino como don de lo alto. La misma humildad de su parentela galilea –la parte proverbialmente más ignorante de las cosas de la ley dentro del pueblo judío- debía haber sido argumento convincente a favor del origen divino de sus obras. Si ellas eran inexplicables por la carne y el parentesco, ¿no habría que tratar de explicarlas por el espíritu de Dios?

2. El contexto del evangelio
Pero tratemos de comprender mejor el sentido de estos episodios colocándonos en la óptica del relato de Marcos. Toda la primera parte de su evangelio, hasta el capítulo octavo, versículos 27-30 (la confesión de Pedro), nos muestra a Jesús que obra maravillas y portentos, que despierta la admiración del pueblo, que deslumbra con su poder sobrehumano.

Es decir, nos muestra la revelación progresiva y creciente de Jesús. Y al mismo tiempo nos muestra la absoluta y general comprensión del verdadero carácter de su persona y su misión. Jesús se revela, pero nadie entiende su revelación. No la entiende el pueblo, no la entienden sus discípulos, no la entienden los escribas, no la entienden sus familiares. No la entienden los que se niegan a creer en él y con los que se enfrenta en polémicas y a los que les habla en parábolas.

De esta incomprensión de los incrédulos no hay que admirarse. Pero sí de que tampoco lo comprendan ni entiendan sus propios discípulos. En la privilegiada confesión de la fe de Pedro, con la que culmina la primera parte del evangelio, se entrevé al mismo tiempo un abismo de ignorancia y de resistencia al aspecto doloroso de la identidad de Jesús Mesías.

Nada más comenzar la carrera de Jesús con un sábado en Cafarnaúm, con su enseñanza en la sinagoga y con numerosas curaciones de enfermos y expulsiones de demonios, en cuanto han empezado a seguirle sus primeros discípulos y se ha encendido el fervor popular, ya apuntan la oposición y las críticas: Jesús cura en sábado, come con pecadores; sus discípulos no ayunan y arrancan espigas en sábado. 
Y ya desde el comienzo del capítulo tercer, los fariseos se confabulan con los herodianos para ver cómo eliminarlo. Pero ello se hace difícil, porque una muchedumbre sigue a Jesús. Este elige de entre ella a sus numerosos discípulos. Uno de los primeros pasos de la confabulación se advierte en 3, 20-21. Jesús vuelve a su tierra. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que ni siquiera podían comer.

"Se enteraron sus parientes y fueron a dominarlo, porque (les) decían: ‘Está fuera de sí’".

3. La oposición al Mesías
El primer paso de la confabulación contra Jesús consiste en declararlo loco y en interesar a los parientes para dominar a un consanguíneo que podría implicarlo en sus locuras y traerles problemas. Que este método intimidatorio de los parientes –que fue usado contra Jesús y los suyos- era un método usual, nos lo demuestra el episodio del ciego de nacimiento, en el evangelio según san Juan, a cuyos padres llamaron a declarar ante el tribunal (9, 18-23).

Habiendo oído que Jesús estaba fuera de sí, y movidos quizás por temores y veladas amenazas, los parientes de Jesús acuden a dominarlo. Arrastran a su madre a cuyas instancias esperan que Jesús no pueda resistir. Entre tanto, Marcos registra el crescendo de las acusaciones contra Jesús. Jesús es más que un loco. Es un endemoniado: "Está poseído por un espíritu inmundo" (3, 22).

En medio de esta tormenta, de hostilidad por un lado y de entusiasmo popular por otro, es cuando relata Marcos con laconismo de cronista:
"Llegan su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, le envían a llamar".

Se trata de arreglar un problema familiar. Los humildes aldeanos galileos no quieren discutir de teologías. Por la humildad, por modestias o por prudencia campesina –porque la falta de letras no es sinónimo de tontería-, no entran. (Según Lucas, no entran simplemente porque la muchedumbre les impide acercarse).
"Estaba mucha gente sentada a su alrededor"

El odiado doctor está rodeado de una audiencia entusiasta que siente arder el corazón con su palabra, "porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escriba", ha registrado Marcos (1, 22). Algún malévolo infiltrado entre al audiencia se complace en anunciar en voz alta a Jesús:
"¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan".

Es a Jesús a quien lo dice, pero indirectamente a su auditorio: "Ved de qué familia viene vuestro doctor". Marcos registra más adelante, en el capítulo sexto que esta malévola cizaña ha prendido: "¿No es éste el carpintero, el hijo de María, y no conocemos a toda su parentela?". Y se escandalizaban de él.

La humildad de María y de los parientes de Jesús es esgrimida para humillarlo, para empequeñecerlo delante de su auditorio: ¡Qué candidato a Rey Mesías! ¡Qué candidato a doctor y salvador! He aquí la parentela del profeta. Es el mismo argumento que nos relata también san Juan:
"Pero los judíos murmuraban de él, porque había dicho: ‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’.

Y decían: ‘¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del Cielo?’" (6, 42).
Y registra además san Juan que muchos de sus discípulos se apartaron de él con aquella ocasión:
"Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn. 6, 61).
"Y ni siquiera sus parientes creían en él" (Jn. 7, 5).
"Y los judíos asombrados decían: ‘¿cómo entiende de letras sin haber estudiado?’" (Jn. 7,15).

Marcos nos hace oír a los que hablan de María, la madre de Jesús, desde su profunda hostilidad al Hijo. Hay en sus palabras un subrayar los humildes orígenes humanos de Jesús, que es tácita negación de su origen y calidad divina.

Así como habrá un Ecce homo! que escarnece a Jesús en su pasión, hay aquí un adelanto del mismo, que envuelve a María en el mismo insulto de desprecio –Ecce mulier, ecce Mater eius- (He aquí a la mujer, ven quién es su madre…).

4. El testimonio de Jesús
A este lanzazo polémico, oculto en el comedimiento de aquellos que le anuncian la presencia de los suyos allí afuera, responde el contrapunto también polémico de Jesús:
"¿Quién es mi madre y mis hermanos?".
"Y mirando en torno a los que estaban sentados a su alrededor (Mateo precisa el lugar paralelo que son sus discípulos), dice: ‘Estos son mi madre y mis hermanos’".

Frecuentemente Jesús habla en los evangelios de sus discípulos como de sus hermanos, o de "estos hermanos míos mas pequeños", o simplemente de "los pequeños". Se trata de aquellos que oyen a Jesús con fe aunque no lo entiendan perfectamente. Se trata de los que no se le oponen, sino de los que le siguen y le escuchan. Esta es la familia de Jesús, porque es la familia del Padre. (Cuyo vínculo familiar no es la sangre, sino la Nueva Alianza en la Sangre de Jesús, o sea, la fe en él).

Como explicita san Juan: "A los que creen en su nombre les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios" (Jn. 1, 12).

Por eso remata Jesús con una explicación de por qué son esos sus auténticos familiares: "Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre".

O en la versión de Lucas:
"El que oye la palabra de Dios y la guarda, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Lc. 8, 21).

La misteriosa (y quizás para muchos no muy evidentes) ecuación entre "cumplir la voluntad de Dios" o "escuchar su Palabra y cumplirlas", y creer en Jesucristo, nos la revela explícitamente san Juan en su primera carta:
"Guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento (y lo que le agrada): que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó" (1ª Jn 3, 22-23).

Hacer la voluntad del Padre no es doblegarse a un oscuro querer, sino complacerse en hacer lo que a Dios le complace; es regocijarse en el regocijo de Dios. Y si nos pregunta en qué se deleita y regocija nuestro Dios, que como Ser omnipotente puede parecer muy difícil de contentar, sabemos qué responder porque ese Ser inaccesible nos ha revelado qué es lo que le regocija:
"Este es mi Hijo, a quien amo y en quien me complazco: escuchádle…" (Mt 17, 1-8; Mc 9, 7; Lc 9, 35).

Nuestro Dios se revela como el Padre que ama a su Hijo Jesucristo, y se deleita en él, y no pide otra cosa de nosotros sino que lo escuchemos llenos de fe y lo sigamos como discípulos.

Entendemos quizás ahora por qué Lucas traduce el "cumplir la voluntad de Dios", de que hablan Mateo y Marcos, con una frase equivalente: Escuchar su Palabra (que es escuchar a su Hijo) y guardarla (que es seguirlo como discípulo).

Y similar identificación de la voluntad de Dios con la Palabra de Jesús nos ofrece un texto del evangelio de Juan:
"Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado, y el que quiera cumplir su voluntad verá si mi doctrina es de Dios o hablo yo por mi cuenta" (Jn 7, 16-17).

Parientes de Jesús son, pues, lo que por creer en él entran en la corriente del vínculo de complacencia que une al Padre con el Hijo y al Hijo con el Padre.

Por eso, su respuesta a los que lo envuelven a él y a su madre en un mismo rechazo y vilipendio es una seria advertencia. Equivale a distanciarse de ellos y negarle cualquier otra posibilidad de entrar en comunión con Dios que no sea a través de la fe en él.

Pero esta palabra de Jesús tiene dos filos. Y el segundo filo es el de una alabanza, el de una declaración de Alianza de parentesco (el único real y más fuerte que el de sangre) entre el creyente y él. Y en la medida en que María mereció ser su Madre por haber creído es éste el más valioso testimonio que podía ofrecernos Marcos a cerca de María.

El testimonio de Jesús acerca de la razón última y única por la cual María pudo llegar a ser su Madre: la fe en él.

5. María Madre de Jesús por la fe
María no estuvo unida a Jesús solo ni primariamente por un vínculo de sangre. Para que ese vínculo de sangre pudiera llegar a tener lugar, tuvo que haber previamente un vínculo que Jesús estima como mucho más importante.

Pero todo esto Marco no lo explicita. Ni el Señor lo explicitó sin duda en aquella ocasión. Es por otros caminos por donde hemos llegado a comprender lo que hay implícito en el velado testimonio de Jesús que Marcos nos relata. Que María creyó en Jesús antes de que Jesús fuera Jesús. Y que solo porque el verbo encontró en ella esa fe pudo encarnarse.

Es así como el silencio mariano de Marcos da paso a la elocuencia mariana de Jesús mismo. Una elocuencia que lleva la firma de la autenticidad en su mismo estilo enigmático, velado, parabólico, el estilo de Jesús en todas sus polémicas. Un lenguaje que es revelación para el creyente y ocultamiento para el incrédulo.

Y quiero terminar –para confirmar lo dicho- iluminando este primer retrato de María, según Marcos, con una luz que tomaré prestada del evangelio de Lucas, pero en la casi absoluta certeza de que no se debe sólo a su pluma, sino a la misma antiquísima tradición pre-evangelista en que se apoya Marcos. Me complace considerarlo como un incidente ocurrido en la misma ocasión que Marcos nos relata, cómo lo sugiere su engarce en un contexto similarísimo. En medio de las acusaciones de que está endemoniado, y estando Jesús ocupado en defenderse, "Alzó la voz una mujer del pueblo y dijo: ‘Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron’.
Pero él dijo: ‘Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan’". (Lc 11, 27-28).

Creo que Lucas ha querido explicitar directamente, al insertar este episodio en su evangelio, lo que no queda a su gusto suficientemente explícito en el relato de Marcos: que las palabras de Jesús, en respuesta a los que le anunciaban la presencia de los suyos, encerraban un testimonio acerca de María.

Conclusión
La figura de María según Marcos es, como nos lo puede mostrar su comparación con los pasajes paralelos de Mateo y Lucas, la figura más primitiva que podemos rastrear a través de los escritos del Nuevo Testamento. Es la imagen de la tradición pre-evangélica y se remonta a Jesús mismo.

Es una figura apenas esbozada, pero clara en sus rasgos esenciales. Rasgos que, como veremos, desarrollaran y explicitarán los demás evangelistas, limitándose solo a mostrar lo que ya estaba implícito en esta figura de María, madre ignorada de un Mesías ignorado. Madre vituperada del que es vituperado. Pero, para Jesús, bien aventurada por haber creído en él. Madre por la fe más que por su sangre.

Y ya desde el principio, y desde el testimonio mismo de Jesús: Madre del Mesías, presentada en explícita relación, de parentesco con los que creen en Jesús, como Madre de sus discípulos, que es decir, de su Iglesia.

APÉNDICE
EL GÉNERO LITERARIO EVANGELIO

1.- Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
La Constitución Dei Verbum del concilio Vaticano II enseña que para interpretar adecuadamente la Sagrada Escritura, es muy importante determinar el género literario. Por eso se ha de tener muy en cuenta cuál es el género literario de los Evangelios. Y esto conviene tenerlo en cuenta para evaluar la evidencia evangélica sobre María. Dice la Dei Verbum:

"Habiendo hablado Dios en la Sagrada Escritura por medio de hombres y a la manera humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso comunicarnos, debe investigar con atención qué pretendieron expresar realmente los hagiógrafos [= escritores inspirados por Dios] y plugo a Dios [= quiso Dios] manifestar con las palabras de ellos." [El Principio o Ley del Texto]
"Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios.

Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado intenta decir y dice, según su tiempo y su cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo que el autor quiere afirmar en sus escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de narrar que se usaban en tiempo del escritor, y también las expresiones que entonces se solían emplear más en la conversación ordinaria".

[Principio o Ley del Contexto]
"Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla en el mismo Espíritu con que se escribió, para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas reglas para entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, con un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Porque todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios" (Vat.II: Constitución Dei Verbum [=DV], Nº 12).

2.- ¿A qué género literario pertenece el Evangelio de Marcos?
De estos principios de interpretación de la Escritura, se sigue la importancia de interpretar el evangelio según San Marcos, tratando de ubicar su género literario. Advirtiendo de antemano que lo que decimos de este evangelio, vale, mutatis mutandis, para los demás.

Podemos comenzar diciendo que el Evangelio según san Marcos es: "una presentación creyente de la vida de Jesús, interpretada en confrontación con las Sagradas. Escrituras, de manera que la vida de Jesús las ilumina y es iluminada a su vez por ellas, mostrando sus correspondencias".

El evangelio según san Marcos tiene pues valor histórico, porque reporta hechos. Tiene valor biográfico porque relata dichos y hechos de Jesús. Pero es más que una crónica histórica y más que una mera biografía. Porque además del relato de hechos, como pueden hacerlo las crónicas, y de la narración de la vida de una persona, como lo hacen las biografías, el evangelio según san Marcos viene de la fe y apunta a despertar la fe.

Por eso el Evangelio según san Marcos incluye un alegato acerca de la identidad de Jesús, de quién es Jesús. Ese alegato argumenta desde las Sagradas Escrituras, alegando que en Jesús se cumplen las Promesas del Antiguo Testamento.

3.- Historia interpretada
Prosiguiendo en el intento de comprender el género literario al que pertenece el evangelio según san Marcos, podríamos decir que es: narración de hechos e interpretación de los mismos a la luz de las Sagradas Escrituras desde la fe para suscitar la fe.

Podríamos llamarle por lo tanto historia teológica, o historia creyente, o historia predicada, o historia kerygmática, o quizás, lo más ajustado sea definirlo como historia profética, puesto que los profetas comunican una interpretación religiosa de los acontecimientos: el sentido que tienen según Dios.

El género literario del evangelio según san Marcos tiene pues dos aspectos que lo caracterizan: a) historia, y b) interpretación de fe

Ambos aspectos están enlazados de tal manera que se sirven el uno al otro sin traicionarse ni anularse: la interpretación no falsea la verdad histórica, y la historia corrobora la interpretación. Los hechos narrados iluminan la Escritura y la Escritura ilumina los hechos.

Veamos algo acerca de cada uno de esos dos aspectos:

3.1.- El valor histórico del Evangelio
En la Constitución Dei Verbum, la Iglesia afirma, una vez más, el carácter histórico de los Evangelios:
"La santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo (Cfr. Hech. 1,1-2).
Los Apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo, y por la luz del Espíritu de verdad.

Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios, escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, usando por fin la forma de la predicación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús.

Escribieron pues, sacándolo ya de su propia memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes 'desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra' para que conozcamos 'la verdad' [asfaleia=certeza] de las palabras que nos enseñan (Cfr. Lc 1,2-4)
" (DV Nº 19).

Los Evangelios tienen, pues, valor histórico en lo que narran acerca de la historia de Jesús, aunque no por eso pertenezcan al género literario histórico.

El Papa Juan Pablo II, volvió a recordarnos, su valor histórico: "aún siendo documentos de fe, no son menos atendibles, en el conjunto de sus relatos, como testimonios históricos" que las fuentes históricas profanas (Tertio Milennio Adveniente, N 5).

La Constitución. Dei Verbum llama "historicidad" de los evangelios a su contenido de verdad histórica, a la verdad del relato de hechos y dichos de Jesús.

Los evangelios mismos dan por supuesta esa verdad histórica y no tratan de convencernos de la verdad de los hechos que narran, sino de otra cosa: de su sentido o significado divino, religioso, salvífico. El que no les cree en lo primero ¡cómo podría creerles en lo segundo? Y si su interpretación no reposara sobre hechos ¿qué fe podrían pedir para su interpretación?

La narración evangélica está destinada a suscitar, en los oyentes, la fe en Jesús; a convencerlos del sentido salvador de la historia de Jesús que ellos proclaman. Veamos ahora cómo es la mirada de fe que los evangelistas echan sobre esa historia.

3.2.- Interpretación profética de los hechos
La interpretación evangélica, refleja una convicción de fe acerca de las Promesas de Dios en la Antigua Alianza y de su cumplimiento en Cristo. Y dicha interpretación se basa en esa convicción.

Esto pertenece a la esencia del género literario evangelio. Y por eso los evangelios son un género particular de historia, diverso de los géneros históricos profanos o seculares. Por algo son, para los creyentes, Sagrada Escritura.

En cuanto argumentan la realización de las Promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento, los Evangelios tienen su raíz en dicho Antiguo Testamento. No se entenderían sin él. Enraizados en las antiguas profecías, proclaman, proféticamente, que ha llegado su cumplimiento.

Los evangelios son, como vemos: proclamación de una interpretación profética de la historia

¿Qué clase de relación ven los Evangelios entre el Antiguo Testamento, sus promesas y profecías por un lado y la Historia Evangélica o Nuevo Testamento por el otro?

Esa relación, el Concilio Vaticano II, la explica en estos términos:
"La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada sobre todo, a preparar, anunciar proféticamente (cfr. Lc. 24,44; Jn. 5,39; 1 Pe 1,10), y significar con diversas figuras (Cfr. 1 Cor 10,11), la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico" (DV Nº 15).

"Dios, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo, porque aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre (Cfr. Lc. 22,30; 1 Cor 11,25) no obstante los libros del Antiguo Testamento, recibidos íntegramente en la proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena singificación en el Nuevo Testamento (Cfr. Mt 5,17; Lc. 24,27; Rm 16,25-24; 2 Cor 3,14-16), ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo". (DV Nº 16).

Aplicando lo que venimos diciendo al evangelio según san Marcos, podemos concluir que: es por un lado un libro que pertenece al género histórico, porque narra fielmente hechos sucedidos. Pero por otro lado es la narración de un creyente que ve e interpreta los hechos a la luz de la Sagrada Escritura y que interpreta la Sagrada Escritura a la luz de los Hechos. Es por un lado historia profética, y por otro lado interpretación profética de la historia.

4.- El género literario llamado Pésher
El procedimiento de interpretar hechos a partir de la Escritura y de interpretar la Escritura a partir de hechos, o aplicándola a hechos, es un procedimiento bíblico anterior a los evangelios. Y no sólo se encuentran ejemplos de él en los libros proféticos, como Isaías o Daniel, sino que también es común en la literatura judía extrabíblica, particularmente en la de Qunram.

Los comentarios qunrámicos de los libros proféticos se llaman "pesharim" (plural de pesher) lo mismo que las interpretaciones de sueños que hace el profeta Daniel. Así como Daniel revela el sentido profundo de los símbolos vistos en sueños, el autor del pésher trata de revelar el sentido oculto y misterioso de los textos proféticos, atribuyéndoles un valor simbólico o alegórico que se esfuerza en develar, interpretándolos como alusiones proféticas a hechos del momento o que se espera que ocurran.

El género literario evangélico puede entenderse como un tipo de pésher o interpretación, consistente en mostrar las correspodencias entre la Vida de Jesús y las SS.Escrituras. (Por Pésher ver Gn 40,8.12.18; Dn 2,4.5.6.9)