Las raíces del problema-2. Raíces teológicas

El protestantismo impugna al catolicismo ciertos conceptos mariológicos y prácticas de devoción mariana. Algunos están ligados a todo el modo de pensar católico; otros son formas menos afortunadas, e incluso abusos en el catolicismo.

a) Hipertrofia de especulación y psicologismo.
En la mariología católica dominaba la especulación en los llamados privilegios de María, una tendencia a proclamar sus nuevos títulos (con una expresión característica: "Engarzar una nueva joya en la corona de María") y también un psicologismo que, basándose en la psicología de la mujer y de la madre, producía a menudo predicaciones sentimentales sobre el corazón maternal, en las que se terminaba sugiriendo recurrir a María mejor que a ningún otro, aunque fuera el mismo Cristo.

La máxima atribuida a san Bernardo de Claraval: "De Maria numquam satis" (de María nunca se dice lo suficiente) había llevado a multiplicar excesivamente el hablar de María. La preocupación por la fidelidad a la Escritura y a la verdad cedió al fervor por proclamar títulos siempre nuevos para gloria de María. Al mismo tiempo, las voces críticas o cautas eran juzgadas negativamente, como señal de falta de veneración a la madre de Dios. El buen vino del evangelio había sido cambiado en un mar de palabras cualesquiera sobre María.

b) Olvido del principio de jerarquía en las verdades.
El decreto sobre el ecumenismo ha recordado que "existe un orden o jerarquía en las verdades de la doctrina católica, ya que es diverso el enlace de tales verdades con el fundamento de la fe cristiana" (UR 11). 
En esta jerarquía ocupan el puesto más alto las verdades concernientes al fin (los misterios de la santísima Trinidad, de Cristo, de la justificación, del reino futuro): y debajo están los concernientes a los medios (los misterios de la iglesia, de la palabra de Dios y de los sacramentos, de la intercesión de los santos y de María, de la oración, de los méritos...). 

En la teología católica, especialmente en la llamada literatura devocional y en la predicación, se procede a veces como si se olvidase esta jerarquía. Se dedica más atención a la mediación de algunos santos, y especialmente de María, que a la mediación de Cristo. En algunas regiones católicas las procesiones con la Virgen atraen a los fieles más eficazmente que la eucaristía en las fiestas pascuales. En muchas iglesias, a los fieles les gusta más rezar ante el altar del santo predilecto o de la madre de Dios que ante el tabernáculo. Al ver los cristianos no católicos tales hechos, llegan a la convicción de que verdaderamente se ha alterado la jerarquía de las verdades.

c) Monoideísmo mariológico.
A veces los grandes apóstoles marianos, incluso entre los elevados al honor de los altares, han presentado ciertas formas de culto mariano (por ejemplo, el rosario, las tres avemarías, llevar tal o cual medalla o el escapulario, la llamada esclavitud mariana, etc.) como particularmente eficaces y medios seguros para obtener la salvación. 
Se toman sus máximas separadas del contexto general de su vida y de su apostolado, y de acuerdo con ellas se organiza la acción pastoral. 
Cristo se hunde en las sombras, se lo deja un poco más lejos, como si fuese el punto de llegada y no aquel con quien debemos tener un contacto inmediato y continuo; él no es ya el centro y el corazón de la vida y de la devoción cristianas.

 De esta manera se altera el evangelio; en la predicación de la verdad cristiana se acentúan indebidamente los diversos elementos de la salvación. Con mucha frecuencia ocurre que de hecho, en cuanto al mérito, 
Cristo es el valor más importante, pero efectivamente, en la práctica, el centro lo ocupa María y en torno a ella se organiza la devoción, tranquilizando a cuantos se preocupan por esta anomalía con la máxima de que María lleva a Jesús.

 Los protestantes se preguntan qué significan entonces las palabras de Cristo: "Venid a mí todos los que estáis cansados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28).

d) Modelo jerarquizado de la mediación de salvación.
San Bernardo de Claraval (1 1153), el predicador mariano más grande de todos los tiempos, formuló sobre la mediación de Cristo un triple pero: 
  • 1) Sustancialmente, la mediación de Cristo es suficiente, pero Cristo es un hombre..., y convenía que en la obra de la reparación participasen ambos sexos, lo mismo que habían participado ambos en la caída. 
  • 2) La mediación de Cristo es evidentemente suficiente, pero, aun siendo hombre, Cristo no deja de ser el Dios de majestad; su humanidad parece estar dominada por la divinidad y absorbida en ella; en cambio, María es siempre y solamente una criatura humana. 
  • 3) Cristo padeció mucho por nosotros, mostrándose del todo misericordioso, pero conserva siempre la función de juez; en cambio, María es la madre de la misericordia y no debe juzgar.
Este triple pero formulado sobre la mediación de Cristo (hombre, Dios, juez) funda eficazmente la mediación de María como mediadora ante el mediador. Introduce feminidad y humanidad no unidas a la divinidad, y misericordia no ligada a la justicia. Por tanto, somos más razonables refugiándonos en María considerándola nuestra segura esperanza. La última demostración de este modelo de mediación de la salvación ad Christum per Mariam sería, según san Bernardo, la voluntad de Dios: "Esta es la voluntad del que quiso que todo lo tuviésemos por medio de María". Esta teología se repite durante siglos por boca de los grandes apóstoles marianos.

No es solamente la reforma la que ha ejercido una rigurosa protesta ante semejante modo de exponer la mediación de salvación; también a muchos teólogos católicos les preocupa.