I. María en la comunidad que celebra la eucaristía

A. Amato
A pesar de la indiscutida verdad teórica y experiencial de nuestro aserto —a saber: la presencia de María en la comunidad eclesial que celebra la eucaristía—, rara vez, sin embargo, ha centrado la atención indagadora de los teólogos. Éstos, en efecto, lo mismo antes que después del Vat II, se han ejercitado de vez en cuando en dos de los tres términos en cuestión —María-iglesia, María-eucaristía, iglesia-eucaristía—, pero no en los tres contemporáneamente, a no ser en casos rarísimos.

MARIA, MADRE DE LA IGLESIA
A propósito de la relación María-iglesia se ha subrayado justamente el hecho de que el pueblo creyente reconoce en la iglesia a la familia que tiene por madre a la madre de Dios; es decir, María es considerada madre de la iglesia, como la proclamó Pablo Vl en 1964. Convertida por el fiat de la anunciación en madre del Hijo de Dios encarnado, se convierte en madre de la iglesia en cuanto madre de Cristo, cabeza del cuerpo místico.
En el Calvario, al confiar a María a su discípulo, Jesús en cierto sentido consideraba clausurada con su muerte la maternidad humana de María, para inaugurar la maternidad espiritual. María y la iglesia están indisolublemente unidas en la vocación a la maternidad; ambas concurren a engendrar el cuerpo místico de Cristo: "Una y otra es madre de Cristo, si bien ninguna de ellas engendra a todo el cuerpo sin la otra" (como dice justamente Isaac de la Estrella).

IGLESIA-EUCARISTIA: 
También se han profundizado los lazos de la relación iglesia-eucaristía, igualmente estrechos y recíprocamente constitutivos. Es famosa la expresión de Lubac sobre la relación entre iglesia y eucaristía: "Se puede afirmar que hay una causalidad recíproca entre ambas. Puede decirse que el Salvador ha confiado la una a la otra. Es la iglesia la que hace la eucaristía pero es también la eucaristía la que hace la iglesia".

En la iglesia, Ia eucaristía es fuente y culminación de toda la vida cristiana (cf LG 11), porque es el sacramento que continuamente hace vivir y crecer a la iglesia (cf LG 26).
Por eso la celebración eucarística manifiesta el verdadero rostro de la iglesia, la unidad del cuerpo místico de Cristo y del pueblo de Dios (cf LG 26, SC 41).
En la iglesia, sacramento de Cristo, la celebración eucarística es la plenitud de la presencia de Cristo en la humanidad.

¿Qué decir entonces de la temática: María en la comunidad que celebra la eucaristía?
Se trata indiscutiblemente de un tema infrecuente en la gran teología. Más bien parece pertenecer al mundo de la literatura devota y espiritual; al mundo de la intuición más que al de la reflexión especulativa.

Ahora bien, sabemos que hasta no hace mucho ese mundo de la devoción o de la piedad popular no era considerado significativo en el ámbito de la reflexión teológica. Un motivo ulterior de tal marginación se puede encontrar también en que los tres elementos del aserto: María-comunidad eclesial-eucaristía, parecen pertenecer los tres a la parte baja, a la parte de lo sensible, de la historia, de lo relativo, más que a la parte de arriba, a la parte de lo absoluto, que es Dios.
En efecto, no poseen consistencia en si mismos, sino que remiten decididamente a una presencia sin la cual difícilmente serían correlativos, mientras que con ella se iluminan mutuamente. Esa presencia, que da sentido y valor a nuestro aserto, es Cristo, hijo de María, realmente presente en su cuerpo místico y en su cuerpo eucarístico.

También para nuestra temática vale, pues, el principio enunciado por Pablo Vl en la Marialis cultus: "En la virgen María (y podemos nosotros añadir también: en la iglesia que celebra la eucaristía) todo es referido a Cristo y todo depende de él" (MC 25).

RELIGION-POPULAR/VALORES: 
Una vez fijados los términos María, comunidad que celebra y eucaristía en su necesario centro y punto de referencia que es Cristo, podemos apresurarnos a añadir que afortunadamente en estos últimos tiempos están entrando en el ámbito de la atención refleja, incluso de los teólogos, las temáticas de la piedad popular, "consideradas durante largo tiempo —dice Pablo Vl— como menos puras, y a veces despreciadas'. Más aún, las expresiones de esta piedad popular han sido recientemente revalorizadas oficialmente en su justo contenido de fe.
Puebla, p. ej., en 1979 hizo de la religiosidad popular, considerada como auténtica "expresión de la fe católica", el vehículo verdadero y eficaz de la actual evangelización del continente latinoamericano.

El documento de Puebla describe así el contenido concreto de esta religiosidad popular: "La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sapiencia popular católica tiene una capacidad de síntesis vital: así conlleva creadoramente lo divino y lo humano; Cristo y María, Espíritu y cuerpo; comunión e institución, persona y comunidad, fe y patria, inteligencia y afecto".

Los elementos positivos de tal piedad popular son también: "La presencia trinitaria, que se percibe en devociones y en iconografías, el sentido de la providencia de Dios Padre; Cristo, celebrado en su misterio de encarnación, en su crucifixión, en la eucaristía y en la devoción al Sagrado Corazón; amor a María: ella y sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan su piedad popular".

A esta revalorización teológica ha contribuido y está contribuyendo un giro providencial en el campo de la historiografía internacional, no anclada ya sólo en la historia por el vértice -o historia cualitativa o de lo alto- sino hoy decididamente abierta también, y quizá, sobre todo, a la llamada historia de abajo, que verifica la contribución histórica de un pueblo entero en la globalidad de sus expresiones y manifestaciones individuales y sociales, religiosas y civiles, privadas y públicas en un determinado espacio-tiempo. De ahí el reciente resurgir de una historia cuantitativa o también serial, que puede ofrecer una notabilísima contribución a la comprensión y a la valoración de la piedad popular.
Esta última, en efecto, une en su conciencia de fe católica profundamente vivida y manifestada a María con la iglesia y la eucaristía. Mejor aún —si bien la teología no posee grandes capítulos al respecto—, la fe católica, hoy como ayer, vive de estas tres realidades perfectamente en consonancia entre sí: María es una presencia viva y significativa en la comunidad que celebra la eucaristía.

Se merece, pues, una adecuada atención y explicitación el nexo estrecho y natural existente, en la praxis católica contemporánea y en su piedad popular, en torno a la presencia materna de la Virgen santísima en la comunidad eclesial que celebra la eucaristía.

En este caso se puede hablar verdaderamente de intuición de fe por parte de los fieles, que captan de manera inmediata la verdad de tal aserto en su centro fontal, que es Cristo, y en sus conexiones internas existentes entre María, iglesia y eucaristía.

De ahí nuestro breve itinerario de estudio. Destacaremos ante todo la dimensión mariana y eucarística de la vivencia eclesial de los orígenes a hoy, para poner de manifiesto las actuales implicaciones teológico-pastorales.