III. Perspectivas teológicas-Partes 1, 2 y 3


1. LA APORTACIÓN DE LA TEOLOGÍA PRECONCILIAR.

Prescindiendo de las subdivisiones, a menudo complicadas, esta teología preconciliar ofreció una aportación considerable a la relación existente entre María y el misterio eucarístico que se celebra en la iglesia. En efecto, partiendo de la definición del sacramento como signo sensible de una realidad sobrenatural a la que hace presente y actual, la eucaristía es definida como el sacramento por excelencia, ya que hace presente el cuerpo y la sangre de Cristo.

La eucaristía contiene al mismo Cristo en todo su misterio pascual, es decir, al Hijo de Dios encarnado, crucificado y resucitado, que se ofrece como alimento de vida y que agrupa en torno a sí a la iglesia. Ahora bien, Dios le asignó a la virgen María un puesto único y ejemplar en este misterio de encarnación salvífica, asociándola por la fe y el amor al cumplimiento de la redención: a la encarnación verdadera y propia, al misterio pascual y a la unidad y la vivificación del cuerpo místico de Cristo, que es la iglesia.

Por consiguiente, la iglesia, que celebra en la eucaristía el misterio de la encarnación redentora, no puede menos de subrayar la función que María ha tenido y tiene con su maternidad espiritual. María, ligada indisolublemente a la persona del Verbo encarnado por su maternidad divina, no puede ser separada del Cristo eucarístico, lo mismo que no es separada del cuerpo místico de Cristo, que es la iglesia. En particular, la presencia real del cuerpo y de la sangre de Cristo en la eucaristía, aunque vinculada a los signos del pan y del vino, nos remite al misterio de la encarnación, mediante el cual el Hijo de Dios entró en el mundo tomando carne de María virgen.

En la eucaristía sólo Jesús está presente realmente con su cuerpo y su sangre; y desde este punto de vista, nada fuera de la eucaristía muestra hasta qué punto Jesús es el único y solo mediador en sentido fuerte. No obstante, este sacramento introduce también a María, y a ella sola, desde el momento en que se trata también siempre —aunque velado por el signo— del mismo cuerpo ahora glorioso del Cristo nacido de la virgen María: "Ave, verum corpus, natum de María virgine".

Además, con las palabras de la consagración y con los signos del pan y del vino separados, la eucaristía hace a Cristo presente en el acto de su oferta al Padre en la cruz. La virgen María —y lo demuestra la Escritura— fue personalmente asociada al sacrificio de la cruz con su consentimiento, con su amor materno, con su fe, con la ofrenda de sí misma en manos del Padre. Con esta completa unión personal al sacrificio único del Calvario, María vivió perfectamente lo que la iglesia sigue viviendo a lo largo de los siglos en la celebración sacramental. Por medio de la consagración eucarística Cristo se nos da, ofreciéndose al Padre en un acto que es la reactualización de su oferta sacrificial en el Calvario. Ahora bien, María estuvo presente en ese sacrificio y fue íntimamente asociada a él.

Además de presencia real y sacrificio, la eucaristía es también alimento y comunión. La comunión del cuerpo y la sangre de Cristo une a los fieles a su vida divina, destinándolos a la resurrección. Tal unión eucarística fue precedida por la unión personal de María con Cristo. Por eso María se convierte en modelo de comunión y de gracia con Cristo. Cristo se nos da para alimentarnos, para unirse a nosotros, de modo que nos transforma en él. En esta comunión María es para nosotros ejemplo decisivo, en cuanto que es la plena de gracia. Por eso la eucaristía es también el sacramento de la unidad eclesial. La realidad de este sacramento es la construcción de la unidad del cuerpo místico de Cristo. Con su maternidad espiritual. que se nos reveló en el Calvario, María posee un cometido central en la construcción de esta unidad, reuniendo a los hijos dispersos y uniéndolos a Cristo en un solo cuerpo.

2. LA MATERNIDAD VIRGINAL DE MARÍA Y DE LA IGLESIA Y LA EUCARISTÍA.
A las consideraciones precedentes añadimos otras relativas a la relación existente entre María y la iglesia, que son fundamentales en la profundización ulterior de la función materna de María y de la iglesia respecto a la eucaristía. Aunque en clave negativa y polémica, Karl Barth había visto bien en la herejía del dogma mariano "ni más ni menos que el dogma crítico central de la iglesia católica": el dogma a partir del cual deben ser consideradas todas las restantes posiciones fundamentales, y con el cual o subsisten o caen.

Dice también Barth: "La madre de Dios de la mariología católica es, en efecto, simplemente el principio, el prototipo y la condensación de la criatura humana, que coopera a su propia salvación sirviéndose de la gracia que la previene, y es también el principio, el prototipo y el resumen de la Iglesia". Y finalmente: "La iglesia, en la cual es venerada María, se debe comprender como se comprendió en el concilio Vaticano (I), a saber: que ella debe ser la iglesia del hombre que, en virtud de la gracia, coopera a la gracia".

Prescindiendo de la actitud de rechazo del dogma mariano, el análisis de Barth ha centrado bien la verdad del catolicismo (y podemos añadir que de la ortodoxia): "La fe católica - dice De Lubac resume simbólicamente en la santísima Virgen en su caso privilegiado, la doctrina de la cooperación humana a la redención, ofreciendo de esta suerte como la síntesis o la idea madre del dogma de la iglesia".

Los lazos María-iglesia son por tanto esenciales e intrínsecos en la economía cristiana de la salvación. Por algo en la tradición patrística y medieval las imágenes y símbolos bíblicos —como nueva Eva, paraíso, arca de la alianza, la escala de Jacob, ciudad de Dios, tabernáculo del altísimo, mujer fuerte, nueva creación— son aplicados a menudo indiferentemente a María y a la iglesia.

San Cirilo de Alejandría, p. ej., llama a María "iglesia santa" de Dios. E Isaac de la Estrella afirma: "María et ecclesia, una mater et plures". No se trata de simples paralelismos o de uso impropio de símbolos y metáforas. Se trata de una profunda conciencia de fe, que a través de esta original comunicación de idiomas reconoce en María la figura ideal de la iglesia, su ejemplar, su meta de perfección.

Por eso dice el Vat ll: "La madre de Dios es tipo de la iglesia (...) en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo. Porque en el misterio de la iglesia, que con razón también es llamada madre y virgen, la bienaventurada virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre (...). Ella dio a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rm 8,29), a saber: los fieles, a cuya generación y educación coopera con materno amor" (LG 63).
Y la iglesia contemplando la santidad de María, imitando su caridad y cumpliendo la voluntad del Padre, se convierte también en madre, porque con la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos, y virgen, porque custodia integra y pura la fe prometida al esposo (cf LG 64).

También la Marialis cultus insiste sobre todo en la ejemplaridad de María en comparación con la iglesia: María se convierte así en el "modelo (exemplar) de la actitud espiritual con que la iglesia celebra y vive los divinos misterios" (MC 16). Es sobre todo el titulo de madre lo que acerca la iglesia a María: la iglesia sigue engendrando todos los días a aquel al que María virgen ha engendrado.
Y ambas engendran por obra del Espíritu Santo. Ambas están animadas por el Espíritu con vistas a la comunicación de una vida toda santa, la de Cristo. Si la función materna de María consiste en primer lugar en dar al mundo al Hijo de Dios, la función materna de la iglesia consiste también en darnos a Cristo, cabeza, sacrificio y alimento de su cuerpo místico.

Más aún, la eucaristía constituye propiamente la culminación de la maternidad de la iglesia. Citamos aquí una página todavía actual de K. Feckes relativa a la función materna de María y de la iglesia en relación a la eucaristía: "María engendró al Cristo terreno, la iglesia engendra al Cristo eucarístico. La vida de María estuvo toda ella centrada en la educación y en la custodia de Cristo, la vida íntima de la iglesia y su preocupación más acuciante gira en torno al tesoro de la eucaristía. María dio al mundo al Cristo terreno a fin de que el mundo fuese redimido por la inmolación de su santa carne y de aquella inmolación nacieran hijos de Dios. Idéntica finalidad tienen el cuerpo y la sangre eucarísticos en la iglesia, a saber: engendrar siempre nuevos hijos de Dios.

Como María participó en el sacrificio de la cruz, así la iglesia entera participa en el santo sacrificio de la misa. María al pie de la cruz fue constituida depositaria de todo el inmenso tesoro de gracias de la redención, que administra como intercesora. La iglesia también ha sido hecha depositaria del mismo tesoro que le es confiado, digámoslo así, nuevamente en cada sacrificio de la misa, a fin de que por medio de su ministerio lo comunique y lo distribuya. María es la celeste y auténtica intercesora ante el Hijo, la iglesia es la intercesora auténtica y omnipotente de sus hijos"
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La maternidad espiritual de María, sancionada en el Calvario por Cristo, tiene, pues, una plena correspondencia en la maternidad espiritual de la iglesia, significada y motivada por el "poder sobre la eucaristía", a través del cual la iglesia ejerce su función materna respecto a Cristo. Prescindimos aquí de detallar demasiado las distintas causalidades o modalidades de la relación María-iglesia-eucaristía. En efecto, se corre el riesgo de caer en sutilezas tal vez inútiles, fruto frecuentemente de no poca inseguridad.

Sin embargo, es cierto que en la eucaristía la maternidad de María continúa de modo misterioso en la maternidad de la iglesia. El misterio cristiano —la muerte redentora de Cristo— es único en María, en la iglesia, en cada cristiano.

En cambio, las modalidades de vivirlo y de realizarlo son diversas. Como ya lo hacia notar en su tiempo Isaac de la Estrella: "Lo que se aplica universalmente (universaliter) a la iglesia se aplica especialmente (specialiter) a María y singularmente (singulariter: individualmente) al alma fiel". Aunque "inserta en el misterio de la iglesia" María es no obstante, "la primera" (cf LG 6i). Como decía ya De ·Lubac-H: Dios "ha reunido toda la nobleza esparcida en el universo para depositarla toda entera en el hombre, que es su obra maestra, eso mismo hizo en María por lo que respecta a toda la nobleza de este mundo espiritual que es la iglesia. Si la iglesia es el templo de Dios, María es el santuario de este templo.

Si la iglesia es este santuario, María se encuentra en su interior como el arca. Y si la misma iglesia es comparada con el arca, María es entonces el propiciatorio que la recubría, y que es más precioso que todo lo demás. Si la iglesia es el paraíso, María es el manantial de donde brota el río que lo fertiliza. Ella es el río que alegra la ciudad de Dios. Ella es como el cedro en la cresta del Líbano, como la rosa en el centro de Jericó. Ella es en la santa Sión como el cuartel real, como la torre de David, que domina toda la ciudad" (Meditación sobre la Iglesia, 274s.).

La relación María-comunidad que celebra la eucaristía debería redescubrirse quizá, hoy sobre todo, en una perspectiva simbólico-relacional, centrada toda ella en la maternidad virginal de María y de la iglesia respecto al cuerpo eucarístico de Cristo, ambas bajo la perenne acción consecratoria del Espíritu Santo.

La iglesia, en efecto, no celebra nunca la eucaristía sin invocar reiteradamente la intercesión de la madre del Señor. En cada misa María parece prolongar a través de la iglesia la petición hecha en Caná: "No tienen vino" (Jn 2,3), en favor de toda la iglesia; y al mismo tiempo, a través igualmente de la iglesia, invita a todos los sacerdotes a "hacer lo que él os diga" (Jn 2,5). En cada misa María ofrece como miembro eminente de la iglesia, asociando, en unión con la sangre de su Hijo, no sólo su consentimiento pasado a la encarnación y a la cruz, sino también sus méritos y su presente intercesión materna y gloriosa. No hay necesidad de hablar de sacerdocio de María. Es suficiente recordar que la Virgen participa de modo eminente del sacerdocio de todos los bautizados, y por tanto del sacrificio de la iglesia.

3. IMPLICACIONES TEOLÓGICO-PASTORALES DE LA PRESENCIA DE MARÍA EN LA COMUNIDAD QUE CELEBRA LA EUCARISTÍA.

MARIA/IGLESIA/4-ACTITUDES: 
No podemos aquí por menos de referirnos a cuanto dice la Marialis cultus a propósito de María como modelo de la iglesia en el ejercicio del culto. Con cuatro verbos describe Pablo Vl la actitud de María frente al misterio divino de la encarnación y la redención: María es la virgen audiens, orans, pariens y offerens (cf MC 17-20).

Como María, también la comunidad eclesial que celebra y vive la eucaristía es una comunidad que escucha la palabra, ora, engendra y ofrece. En todo esto María se muestra perfecta pietatis magistra (MC 21): "Para perpetuar en los siglos el sacrificio de la cruz, el Salvador instituyó el sacrificio eucarístico, memorial de su muerte y resurrección, y lo confió a la iglesia su esposa, la cual, sobre todo el domingo, convoca a los fieles para celebrar la pascua del Señor hasta que él venga, lo que cumple la iglesia en comunión con los santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen, de la que imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable" (MC 20).

Sigamos profundizando este lazo existente entre la comunidad que celebra la eucaristía y la Virgen santísima, presencia viva en la iglesia, sobre todo en sus implicaciones teológico-pastorales. Ante todo la iglesia se reúne para celebrar la eucaristía. Es un hecho que María congrega a la iglesia en torno al altar. Lourdes y los grandes santuarios marianos sirven para testimoniar esta innegable realidad. Sabemos que es propio del ministerio apostólico reunir a los fieles en torno a la eucaristía y presidirla.

Pues bien, también María posee una función significativa en este reclamo del Cristo eucarístico, de suerte que con razón alguien ha hablado de su ministerio carismático para congregar al pueblo fiel. Y este ministerio incluye también una llamada a la conversión y al cambio radical de vida de los fieles.

La comunidad que celebra la eucaristía da gracias al Padre. La eucaristía es, en efecto, también una acción de gracias. María es modelo de la iglesia en esta acción de gracias con toda su vida. Piénsese en el Magníficat. La comunidad que celebra la eucaristía se une a María en esta oración al Padre, al cual presenta cada día las necesidades de sus hijos, alabando al Señor incesantemente e intercediendo por la salvación del mundo (cf MC 18).

La comunidad que celebra la eucaristía hace memoria de Cristo. La eucaristía, en efecto, es el memorial de la pasión y de la muerte redentora de Cristo, que se inmoló por la salvación del mundo. Pues bien, la presencia de María en el Calvario no fue una presencia arbitraria o facultativa, sino una presencia con un significado preciso en el plan de la redención. De ahí la relación misteriosa pero real que existe entre María y el sacrificio eucarístico, memorial de la cruz. Además, al celebrar la eucaristía, la comunidad revive el acontecimiento pascual, que es el acontecimiento de la liberación global y definitiva de la comunidad. Ahora bien, María es la primera redimida que goza plenamente de la liberación total traída por el Cristo pascual. De ahí también la presencia no sólo paradigmática de María en la comunidad eucarística.

La comunidad que celebra la eucaristía invoca al Espíritu Santo. La presencia de Cristo entre nosotros, no sólo en la encarnación, sino también en la eucaristía, se hace posible a través de la obra del Espíritu Santo. Es el Espíritu el que actúa en el pan y en el vino transformándolos en cuerpo y sangre de Cristo. Es el Espíritu el que obra en la comunidad de los fieles, para unirlos verdaderamente en el cuerpo eclesial. Y por el mismo Espíritu es como María se convirtió en madre del Hijo de Dios encarnado. María es también esposa del Espíritu. De ahí una acción particular del Espíritu en la iglesia para que engendre, como María, al Cristo eucarístico y así lo haga presente en el mundo.

Finalmente, la comunidad que celebra la eucaristía participa de la misión de Cristo (cf LG 65). Jesucristo Hijo de Dios encarnado, con su ser y su acción realiza en sí de modo perfecto y total la presencia salvífica de Dios. El es la encarnación suprema y omnicomprensiva de la palabra de Dios, de la acción de Dios y de la presencia de Dios para nosotros. Ahora bien, la eucaristía, en cuanto memorial, en cuanto sacramento y en cuanto presencia, continúa en la iglesia y en el tiempo de la iglesia este dinamismo de encarnación salvífica de Cristo. El que celebra la eucaristía, el que se nutre de ella, no sólo se alimenta con el pan de vida, sino que entra también él en este dinamismo de encarnación salvífica de la palabra de Dios y de la presencia de Dios. Se convierte también él en una palabra dicha por Dios, en un gesto salvífico de Dios y en un tabernáculo de su presencia.

Ahora bien, sabemos que en el comienzo de esta economía sacramental está María: "Haced lo que él os diga" (Jn/02/05). Y esta economía sacramental y eucarística se funda de modo particular en este haced.

"Haced esto en memoria mía". Un hacer misterioso y omnipotente, que realiza lo que dice: hacer realmente presente el cuerpo y la sangre de Cristo como alimento del alma, como sacrificio de alabanza, como recreación del hombre en Dios.

De ahí la conclusión inevitable: el hacer de la iglesia "en memoria" de Jesús debe traducirse en una continua praxis de encarnación de la palabra de vida eterna que es Cristo, de su acción y de su presencia salvífica. La eucaristía debe convertirse en praxis de palabra divina, de acción y de presencia de Dios entre los hombres. Se puede entonces hablar con razón de praxis de la boca (evangelizar con la palabra), praxis de las manos (evangelizar con acciones) y praxis de los pies (evangelizar con la presencia y el encuentro con los hombres).

Esta conclusión puede parecer arriesgada: obtener del sacramento por excelencia del éxtasis y de la contemplación una praxis de la acción. Sin embargo, la economía eucarística está fundada en el "haced" de María y de Cristo: " Haced lo que él os diga", dijo María a los servidores; «Haced esto en memoria mía", dijo Jesús a sus discípulos.