II. Dimensión eucarística y mariana de la vivencia eclesial


1. CONSTATACIÓN DE UN HECHO.
La vivencia eclesial, ayer como hoy, se caracteriza, sobre todo en su praxis, por una decidida dimensión eucarística y mariana. Es un hecho fácil de comprobar en la liturgia, tanto occidental como oriental, en la piedad popular, en las fiestas, en los santuarios marianos, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso juveniles, y en la tradición de las grandes y pequeñas familias religiosas. En la espiritualidad, p. ej., de don Bosco, la iglesia, representada por el papa, atraviesa indemne el mar del mundo proceloso solamente si permanece anclada en dos sólidas columnas: la de la Virgen y la de la eucaristía. En Lourdes, donde se advierte sobrecogedora la presencia materna de la Virgen, se observa con idéntica evidencia que el centro de la oración particular y comunitaria es la celebración de la eucaristía, el tabernáculo, el altar. En nuestras iglesias la presencia de la Virgen es tan manifiesta como la presencia eucarística.

En la tradición oriental —tanto católica como ortodoxa— la Virgen santísima, además de ser invocada como entre nosotros en la liturgia, es también representada en el iconostasio frente al altar. El iconostasio debe llevar necesariamente, además de la imagen de Jesús, también la de la Virgen llamada del euanguelismós (de la anunciación), que marca el comienzo de nuestra redención.

María es vista siempre como asociada estrechamente a Cristo, su hijo, en la comunidad que celebra la eucaristía. El culto a la Virgen en la conciencia de fe de los cristianos posee una nota cristológica fundamental, unida a una dimensión más específicamente eucarística. Dice una referencia esencial y constante al Cristo eucarístico, como si deseara subrayar con énfasis la necesidad de alimento espiritual y de comunión proveniente del sacramento de la eucaristía. La Virgen parece tener un ministerio carismático de guía de los fieles hacia la eucaristía. ¿Cuáles son las raíces de esta indiscutible vivencia eclesial?

2. FUNDAMENTOS BÍBLICOS.
A primera vista parece que los datos bíblicos neotestamentarios no dicen nada sobre la relación existente entre María y la comunidad que celebra la eucaristía y entre María y la eucaristía sic et simpliciter. A lo sumo habría algunos indicios. Hay pasajes, p. ej., en los cuales se alude a la participación de la primera comunidad cristiana en la cena del Señor (ICor 11,16 20) o a la fracción del pan (He 2,4247; 20,7). Se advierte, pues, que muy probablemente María se insertó en la vida comunitaria, participando de la eucaristía, presidida por los apóstoles. Se ha preguntado también si María estuvo presente en la última cena.

La respuesta ha sido que su presencia no se puede excluir de modo absoluto por dos razones:
  • 1) según Jn 19,27, María se encontraba en Jerusalén precisamente por aquellos días;
  • 2) según el uso judío de la cena pascual, correspondía a la madre de familia, y todavía corresponde, encender las luces; es posible pues, que fuera María la que cumpliera este rito también en la última cena. Otro indicio puede ser el de la presencia indudable de María en la comunidad de pentecostés (He 1, 14).
  • Finalmente, se observa que Lucas subraya con énfasis particular el valor simbólico decididamente eucarístico de Belén, la "casa del pan" (María, domus por excelencia del pan de vida que es Cristo) y del pesebre, en el que Jesús fue colocado (Lc 2,7.12. 16).

A una mirada más atenta no se le escapan otros datos significativos al respecto Los consigna Juan en dos escenas altamente simbólicas desde el punto de vista eucarístico, y en las cuales María ocupa un puesto central junto a Jesús. Se trata del episodio de las bodas de Caná —estrechamente ligado al de la multiplicación de los panes de Jn 6 y del episodio del Calvario. En el primero es evidente el simbolismo eucarístico. En el segundo, Jesús, después de haber entregado su madre a Juan y Juan a su madre, entrega el Espíritu, el agua y la sangre; es decir, ofrece los dones del Espíritu y de los sacramentos (Jn 19,30.34).

MARIA/MUJER-SEÑORA:
Al comienzo del signo del vino tenemos la iniciativa de María, y sobre todo la orden dada a los servidores: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Caná es el comienzo de los signos también del signo del pan de Jn 6. Caná representa, pues, el comienzo de la nueva economía sacramental cuyo centro lo constituye la eucaristía. En esta nueva economía María es llamada no ya madre, sino señora. Este pasaje indica que la Virgen santísima se ha convertido en cabeza (= mujer de Gén 2,23) de una nueva generación, la de la comunidad eclesial, que se nutre de la sangre y del cuerpo eucarístico de Cristo. El evangelista pretende subrayar la función que desempeña la Virgen madre en la comunidad eclesial pospascual. Ésta, en efecto, ha recibido justamente de su iniciativa materna la posibilidad del don de vida, proveniente del Cristo eucarístico, pan y sangre de la vida.

MARIA/MADRE-DE-LA-IGLESIA:
No sólo en el llamado libro de los signos, sino también en el de la pasión, Juan da una decisiva aportación a la dimensión eucarística de la figura de María. Se trata de Jn/19/25-27 —entrega del discípulo a María y de María al discípulo—, donde hay que ver no sólo un gesto de piedad filial por parte de Jesús sino sobre todo un episodio de revelación decisiva. María se convierte aquí en portadora de una maternidad misteriosa. También aquí es llamada mujer, para subrayar una vez más el comienzo en ella de una nueva generación, la de la iglesia, que brota del costado abierto de Cristo, del cual salen el agua y la sangre, símbolos de los sacramentos de la iglesia.

En la nueva economía sacramental que desde ahora en adelante caracterizará la vida de la iglesia, sacramento justamente de la presencia salvífica de Cristo en medio de nosotros, María sigue siendo la madre. Si antes era sólo la madre del Hijo, ahora es también madre de la iglesia. Si antes su maternidad era física ahora es también espiritual. 

En el Calvario la madre de Jesús se convierte en madre de los discípulos. La maternidad física parece casi abolida no sólo de palabra, sino de un modo terriblemente realista: con la muerte física del Hijo. Le sucede una maternidad espiritual: María se convierte en madre del discípulo. Si antes había sido Jesús el que nació de la Virgen, ahora es la Virgen la que recibe un nuevo nacimiento de su Hijo crucificado. Éste no la llama ya madre, sino mujer, porque es tomada por el hombre (cf Gén 2,23). 

Es difícil imaginar un cambio más radical de relación entre María y su hijo divino. En lugar de Jerusalén, la hija de Sión, madre de los dispersos reunidos por Dios en sus murallas y en su templo, entra María, madre de los hijos dispersos reunidos por Jesús en el templo de la nueva alianza, que es su cuerpo y su sangre derramada por todos para el perdón de los pecados. En la economía de la nueva alianza María se convierte así en la personificación de la nueva Jerusalén, la iglesia animada sacramentalmente por Cristo eucarístico.

La eucaristía se sitúa en Juan en el mismo movimiento de la encarnación. Si la carne de Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, es el sacramento de la presencia de Dios, alimento para la vida eterna, camino de la salvación, su cuerpo eucarístico es consiguientemente el pan de vida, la carne dada por amor: "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin" (Jn 13,1). Y bien, María tiene una presencia y función decisivas, tanto en la encarnación como en la economía de los sacramentos de la iglesia; en ambas ha pronunciado ella su fiat en la fe, en la esperanza y en la caridad.

En ambas es cabeza de una nueva generación querida por Dios: en la primera, la generación del Hijo de Dios hecho carne, en la segunda, la generación de la comunidad eclesial que brota del costado de Cristo (del Espíritu, del agua y de la sangre) y que se nutre del cuerpo y de la sangre de Cristo. Es decir, la iglesia no es sólo esencialmente eucarística, sino también existencialmente eucarística.

Y María está en el principio de este nacimiento eclesial, distintivo de la sacramentalidad salvífica. María está, pues, ligada a este don de vida que es Cristo eucarístico, presente hoy en la comunidad eclesial que celebra la eucaristía. Está asociada a nosotros en calidad de madre en esta nueva economía del signo querida por Cristo para nuestra salvación, por el que se ha hecho para nosotros pan de vida y sangre de redención. Por esto no sólo es legítimo, sino bíblicamente necesario, redescubrir ese estrecho nexo entre María y la comunidad que celebra la eucaristía.