El parto de la "Mujer", figura del misterio pascual de Cristo


La escena de la mujer en dolores de parto es un medio expresivo bastante familiar en el AT y en el judaísmo. De manera plástica, incisiva, describe un sufrimiento desgarrador, típico por ejemplo del día de Yavé.

Ap 12 recibe este canon en los siguientes términos: `'Estaba encinta y gritaba con los dolores de parto y las angustias de dar a luz" (v. 2); "el dragón se puso delante de la mujer en trance de dar a luz, para devorar al hijo tan pronto como le diera a luz" (v. 4b); "Ella dio a luz un hijo varón, el que debía apacentar a todas las naciones con una vara de hierro; el hijo fue arrebatado hacia Dios y a su trono" (v. 5). 

Los dolores de la parturienta y el rapto de su hijo recién nacido no tienen que referirse al nacimiento de Jesús en Belén, sino al misterio pascual, es decir, a la "hora" de la pasión y resurrección de Cristo. Los motivos que nos orientan hacia esta hermenéutica del signo son de diversa naturaleza.

a) La muerte-resurrección de Cristo como "nacimiento". 
En otros lugares del NT el paso de Jesús de este mundo al Padre se concibe al estilo de un nacimiento, de una generación mística. Véase en primer lugar a Juan, que tiene tantas semejanzas con la tradición del Apocalipsis. Pues bien, precisamente en el cuarto evangelio Jesús habla personalmente de la pena y de la alegría que siente la mujer cuando da a luz un niño, aplicando este lenguaje parabólico a la aflicción con que habrían de encontrarse los discípulos por causa de su muerte y al gozo que les inundaría al volver a ver al Maestro resucitado: "La mujer —son éstas las palabras de Jesús— cuando está de parto está triste, porque llegó su hora; pero cuando ya ha dado a luz el niño, no se acuerda más de la angustia, por la alegría de que ha nacido al mundo un hombre. Así también vosotros estáis ahora tristes; pero yo os veré otra vez, y vuestro corazón se alegrará, y nadie os quitará ya vuestra alegría" (Jn 16, 21-22). 

También la tradición de Lucas habla de la resurrección de Jesús en términos de generación. En efecto Lucas refiere el discurso de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia (He 13,16-40). En el curso de aquella homilía el apóstol citaba el Sal 2,7 ("Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy"), y lo actualizaba (He 13,32-34) en la acción de Dios (Padre) que resucita a Jesús (el Hijo), liberándolo así de las angustias de la muerte (He 2,24), de manera que no tenga ya que volver a la corrupción (Hch 13, 34).

b) Los salmos 2 y 110 reinterpretados en clave pascual. 
Ap 12,5a ("un hijo varón, el que debía apacentar a todas las naciones con un cetro de hierro") es una cita del Sal 2,8.9 en los Setenta: "Pídeme y te daré en herencia las naciones... Ios regirás con cetro de hierro"). Además Ap 12,5b ("El hijo fue arrebatado hacia Dios y a su trono") parece ser una reminiscencia libre del Sal 110,1: "Palabra de Yavé a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que haga a tus enemigos estrado de tus pies". 

Sabemos que los salmos 2 y 110 son los que más se utilizan en el NT para anunciar la resurrección de Cristo; por consiguiente, el empleo simultáneo de los dos salmos mencionados en Ap 12, 5 confirmaría la óptica pascual del parto de la mujer que allí se describe. 
Aquel parto sería índice de la profunda angustia que invadió a la comunidad de los discípulos cuando su Maestro les fue arrebatado violentamente por el poder de las tinieblas (Jn 16,21a.22a; cf Mc 2,20; Mt 9,15; Lc 5,35; 22,53). 
Y en el rapto del niño recién nacido a la esfera celestial se despliega la energía divina que actúa en la pascua. Aquí (lo mismo que en He 8,9; 2Cor 13,2.4, y ITes 4,17), el verbo ser arrebatado se aplica a la fuerza de Dios que actúa por encima de toda influencia humana. 
Haciendo resurgir a Jesús de entre los muertos el Padre sustrae a la humanidad del Hijo de la condición débil y pasible de aquí abajo, para hacerla nacer, es decir, para renovarla radicalmente con la fuerza del Espíritu (cf He 2,24; Rom 8,11; Ef 1,19-22...).

Entre los que han comentado Ap 12 durante los últimos diez años nos parecen dignos de mención especial U. Vanni (1978) y F. Montagnini (1984). En opinión de U. Vanni, el parto de la mujer fija plásticamente la tensión fatigosa, el espasmo diríamos, que siente toda comunidad eclesial al engendrar a su Cristo en su propio seno.

 A pesar de las fuerzas adversas, que tienen su peso terrorífico en las vicisitudes humanas, el grupo de los creyentes consigue expresar a Cristo para hacerlo crecer hasta la estatura completa (cf Gál 4,19; Ef 4,13). 
Es éste el hijo de la mujer, que es raptado hacia el trono de Dios. Es decir: aunque resulte débil y frágil en comparación con todos los manejos que prepara el mal, esa parte de fe y de amor que la iglesia consigue concretar en su existencia queda como asumida y hecha propia por la omnipotencia divina. 

Esos frutos parciales de la fe activa de la iglesia están ya en la línea del triunfo escatológico, el que Cristo sabrá conseguir al final de la historia de la salvación, cuando quede totalmente aniquilado el maligno. Bastante parecida es también la posición de F. Montagnini. Ap 12,5 —opina este autor— podría significar perfectamente el extravío, la dificultad con que tropieza la comunidad prepascual de los discípulos cuando se trata de aceptar a un mesías sufriente, siendo así que en su mente había otros proyectos muy distintos sobre la liberación de Israel. Pero la iglesia se vio a salvo entonces, ya que llegó a dar a luz a Cristo en armonía con la voluntad divina, con los designios del Padre, y también se siente hoy a salvo cuando, fatigosamente pero de manera victoriosa, llega a profesar su fe plena en Cristo Jesús salvador. 

Sin embargo, nos parece (lo repetimos una vez más) que en el fondo de la reflexión simbólica permanece en Ap 12,5 el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo. En otras palabras, es el misterio pascual el que desempeña la función de motivo conductor desde el principio hasta el final de la obra (Ap 1,18; 2,8; 3,21; 6,6-13; 19,11-16...).

 Se trata de la transcripción figurativa de las palabras de Jesús: "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera" (Jn 12,31). Estas palabras tienen un eco que se puede percibir en los siguientes versículos de Ap 12: "Y fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y satanás, el seductor del mundo entero, y sus ángeles fueron precipitados con él. Y oí una voz fuerte en el cielo que decía: Ahora ha llegado la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la soberanía de su Cristo..." (vv. 9-10a). La mente de "los que escuchan las palabras de esta profecía" (Ap 1,3) difícilmente podrían disociar la escena dramatizada en Ap 12,5 de la experiencia central de Cristo muerto y resucitado.

5. UNA IGLESIA TODAVÍA PERSEGUIDA
I/PERSECUCION: 
Jesús habla confiado a los suyos: "Si el mundo (= el maligno) os odia, sabed que me odió a mi antes que a vosotros... El siervo no es más que su señor. Si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros" (/Jn/15/18-20). En el Apocalipsis el Espíritu le repite a la iglesia la profecía de Jesús: con alusiones continuas al AT, el vidente revela que la mujer que peregrina por el desierto de este mundo se verá expuesta a los ataques de Satanás durante 1.260 días.

a) El desierto, lugar de prueba. DESIERTO/PRUEBA: 
En el desierto, antiguamente, el pueblo de Dios llevaba a cabo su peregrinación hacia la tierra prometida, la tierra del descanso. Durante aquel largo itinerario Israel tropezó con mil adversidades que, pensándolo bien, no eran ajenas a la providencia amorosa de Yavé para con los suyos. Exhortaba el Deuteronomio de esta manera: "Acuérdate del camino que Yavé te ha hecho andar durante cuarenta años a través del desierto con el fin de humillarte, probarte y conocer los sentimientos de tu corazón y ver si guardabas o no sus mandamientos" (Dt 8,2).

La iglesia vuelve a vivir aquella experiencia, aunque en la novedad cristiana. Efectivamente, la mujer, después de haber engendrado a su hijo varón, tiene que huir al desierto (Ap 12,6). La serpiente-dragón se levanta contra ella (v. 13); desde su boca vomita contra la mujer como un río de agua para sumergirla (v. 15); y luego corre para hacer la guerra a lo que queda de su descendencia, es decir, a los discípulos de Cristo, a los santos "que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús" (v. 17; cf 14, 12) 

Y no sólo eso. Siempre en el desierto, Satanás moviliza a sus propios aliados, a quienes transmite su poder diabólico. Efectivamente, en el desierto pone su campamento otra mujer, que es la antítesis de la mujer-pueblo de Dios. Se trata de Babilonia la grande (¿la Roma pagana?), ebria de la sangre de los santos y de los mártires de Jesús (17,3-6). Se sienta sobre una bestia color escarlata que tiene siete cabezas y diez cuernos, símbolo de los reyes que son gregarios suyos y que luchan contra el Cordero (17,3.9-14a; cf 13,1-2).

b) Los 1.260 días. NU/1260-DIAS NU/42-MESES:
 ¿Durante cuánto tiempo tendrá que permanecer en el desierto la mujer perseguida? Responde el vidente: durante 1.260 días (Ap 12,6). Esta cifra tiene su paralelo próximo en Ap 12,14, en donde se repite que la mujer encontrará de comer en el desierto "durante un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo", fórmula claramente derivada de Dan 7,25 (cf 12,7), que la utilizaba en relación con la persecución de Antioco IV Epifanes (168-165 a.C.). Los 1.260 días corresponden también a todo el periodo en que se desarrolla la misión profética de los dos testigos (Ap 11,3). Además, el número mencionado es el producto de 42 X 30 (= 1.260); por consiguiente equivale con toda exactitud a los cuarenta y dos meses lunares (de treinta días cada uno) en los que muestra toda su perversidad tanto la persecución de los paganos que pisotean la ciudad santa (Ap 11,2) como el poder blasfemo de la bestia (Ap 13,5).

Así pues en sustancia, las tres expresiones (1.260 días, 1 + 2 tiempos + la mitad de un tiempo, cuarenta y dos meses) son semejantes y expresan una relación no aritmética, sino cualitativo-simbólica. Es decir, sirven para designar un periodo de fuertes tribulaciones, de violencia, de angustia, de calamidades, de muerte.

Por lo demás, ya en el AT, fuera de Dan 7,25, tenemos antecedentes análogos también para los "tres años y medio", es decir, cuarenta y dos meses (cf I Re 17,1.18, en la cita de Lc 4,25 y Sant 5,17), y el número 42 (Jue 12,6; 2Re 2,24; 10,14; cf también Núm 35,6; Esd 2,24, y Neh 7,28). 

Así pues, a pesar de todo, la persecución tiene un limite. De hecho, los "tres años y medio" son la mitad de siete, número perfecto. Se trata de una totalidad partida a medias. El simbolismo de los "tres y medio" tiene por tanto la función de subrayar que los tiempos de la angustia, aunque parezcan largos, son parciales y no afectan al tiempo de Dios. Satanás sabe que tiene "poco tiempo" (Ap 12,12).