Una "mujer" revestida de luz, coronada por una diadema

Los primeros trazos de la mujer-signo se describen de esta manera: "Una mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza" (v. 1). Los símbolos se sobreponen en niveles sucesivos, como revelan los términos mujer, sol-luna-estrellas, corona, doce.

a) La "mujer".  Estamos en presencia de una imagen sacada de la terminología bíblico-judía, en donde tanto la ciudad de Jerusalén como el pueblo elegido se representan a menudo bajo la personificación de una mujer. Es la mujer de la alianza. Hacia este terreno semántico nos había orientado discretamente Ap 11, 19: "Entonces se abrió el templo de Dios. el que está en el cielo, y se vio en su templo el arca de su alianza"

b) "Sol-luna-estrellas". Son las tres fuentes de la iluminación cósmica (cf Ap 6,12; 8,12). La luz, que es el manto de Dios (Sal 104,2), se centra por completo en la mujer.

El sol. 
En la biblia el sol es la característica más emblemática de Dios; es la criatura que mejor expresa su trascendencia. Además, el gesto de vestir, cuando tiene por sujeto a Dios, significa el amor, la ternura, la solicitud que él muestra: por ejemplo, con Adán y Eva después de la caída (Gén 3,21), con los lirios del campo (Mt 6,30)... 

Más frecuentemente, el objeto de esta atención tan solícita es Jerusalén-lsrael en cuanto esposa de Yavé. Como consecuencia del pacto nupcial, Dios la adorna con trajes finísimos y ornamentos preciosos (Ez 16,10-13a). Le dice el profeta: "Revístete de tu magnificencia, Sión" (Is 52,1). Y Jerusalén responde: "Exulto, exulto en Yavé y mi alma jubila en mi Dios, porque me ha puesto los vestidos de la salvación, me ha envuelto en el manto de la justicia" (Is 61,10). Volviendo a Ap 12,1, se diría que Dios muestra su cuidado amoroso por la mujer, dándole por vestido lo mejor que tiene, es decir, su sol (cf Mt 5,45). Por tanto, ella resplandece "hermosa como la luna, brillante como el sol" (Cant 6,10).

La luna. 
También para la mentalidad bíblica la luna es el astro que preside la división del tiempo en días, meses, años y estaciones... (Gén 1,14-19), se sabe, por otra parte cuánta importancia tenía el calendario lunar para la cronología tanto profana como litúrgica. Si la luna está bajo los pies de la mujer, esto significa que la mujer ejerce un dominio sobre el tiempo, es su patrona (cf Sal 110,1; Jos 10,24). Aun viviendo en el tiempo, la mujer-pueblo de Dios es superior en cierto modo a las vicisitudes de este tiempo y no permanece condicionada al mismo en sentido absoluto. Es como si el tiempo se hubiera detenido delante de ella. La alianza con Dios va más allá de las vicisitudes terrenas, vence al tiempo, es eterna (cf Sal 89, 37-38).

Las estrellas.
También ellas guardan relación con la zona de la trascendencia de Dios (Is 14,13; Job 22,12). Hemos de añadir además que la luz alimentada del sol, de la luna y de las estrellas es en el pensamiento judío el distintivo de los justos que han alcanzado la glorificación en el cielo.

c) Una "corona". 
Del factor luz pasamos al elemento corona, que subraya ulteriormente la connotación gloriosa de la mujer. La corona es símbolo del triunfo, de la victoria, como puede verse en el empleo metafórico de este vocablo en el NT en general y en el Apocalipsis en especial.

d) El número "doce". 
La elección de esta cifra podría designar las doce tribus de Israel. La inspiración de fondo para este simbolismo es probable que provenga del pasaje tan conocido de Gén 37,9, en donde José cuenta a su padre y a sus hermanos que ha visto en sueños al sol, la luna y once estrellas que se postraban ante él, el sol y la luna (como entiende muy bien Jacob) representaban al padre y a la madre de José, mientras que las estrellas eran figura de sus hermanos. Las equivalencias simbólicas del marco de composición de Gén 37,9 alcanzan un enorme éxito en la literatura judía (algunos suelen citar para ello el Testamento de Neftalí 5,2-4, aunque no sea ésta la alusión mas pertinente).

Sin embargo, esta primera lectura interpretativa tiene que ser integrada por una segunda, a saber: la mujer es también figura del nuevo pueblo de Dios, que es la iglesia de Cristo. 

La extensión neotestamentaria de esta aplicación simbólica está justificada al menos por dos motivos: en primer lugar, poco antes la misma mujer se presenta como madre del Cristo-mesías, elevado al trono de Dios (v. 5), y de todos los que viven los mandamientos divinos, dando testimonio de Jesús (v. 17); en segundo lugar, al final del libro la mujer de Ap 12 asumirá el relieve de "mujer-esposa del Cordero" (Ap 21,2-9). 

Ella es "la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo de junto a Dios... [y] tenía un muro grande y alto con doce puertas; sobre las puertas, doce ángeles y nombres escritos, los de las doce tribus de los hijos de Israel... El muro de la ciudad tenía doce fundamentos y sobre ellos doce nombres, los de los doce apóstoles del Cordero" (Ap 21,10. 12.14). 

En esta mujer-esposa tenemos claramente la confluencia del pueblo de Dios de ambos Testamentos: de las doce tribus de Israel (v. 12) se pasa a los doce apóstoles del Cordero (v. 14). En algunos pasajes del NT la iglesia es considerada como el conjunto de las doce tribus de Israel (Mt 19,28, Lc 22,30, Sant 1,1). Sintetizando todo lo que hemos venido diciendo, en la mujer del Apocalipsis es posible comprender al pueblo de Dios de las dos alianzas: la iglesia del antiguo Israel, que se prolonga luego en la del nuevo Israel con Jesucristo y sus discípulos de todos los tiempos.

Pasando ahora a los versículos que se refieren al parto de la mujer, descubriremos otras razones de su valencia eclesial-comunitaria y comprenderemos más profundamente todavía por qué es al mismo tiempo gloriosa y perseguida.