¿Tambien María es la "mujer" de Ap 12?


Con esto llegamos a la cuestión formal de nuestra reflexión: ¿es legítimo ver también a María en la mujer del "gran signo"? ¿Estaba presente la figura de la virgen María en la mente de Juan, autor del libro? A partir de los años cincuenta ha ido creciendo notablemente el número de exegetas que no vacilan en hablar de una extensión mariológica en el c 12 del Apocalipsis. La mujer —opinan— simboliza en primer lugar y directamente a la iglesia del pueblo de Dios de ambos Testamentos; pero indirectamente (in obliquo, por así decirlo) se incluye también allí a la virgen María. ¿En qué sentido? Aquí es preciso definir con la mayor exactitud posible las diversas categorías de aplicación Mariana. Algunas se apoyan en fundamentos bastante próximos al sentido literal del texto. Otras se derivan más bien de una reflexión global sobre la presencia y la misión de María según el NT o bien son fruto de inducciones de carácter teológico-especulativo. Pondremos algunos ejemplos.

a) María en la hora de la pasión, junto a la cruz.
El parto doloroso de la mujer y el rapto de su hijo varón junto al trono de Dios, como hemos dicho, tienen todas las probabilidades de ser una escena dramatizada del misterio pascual. Una vez sentada esta premisa, podría resultar muy iluminador el que nos diéramos cuenta de que precisamente en Jn 16,21-23 este mismo misterio es presentado por Jesús mediante la imagen parabólica de la parturienta (véase supra, 4). 

Por consiguiente, si el parto de la mujer de Ap 12 se refiere a la pasión glorificadora de Cristo, entonces el cuadro de Ap 12 tiene que interpretarse igualmente a la luz de Jn 19,25-27. Es decir, está claro que la versión simbólica del misterio pascual de Cristo que se nos ofrece en el Apocalipsis recibe nuevas aportaciones de la versión histórica que da del mismo el cuarto evangelio. En efecto, gracias a Jn 19,25-27 podemos saber que en la hora en que Jesús pasaba de este mundo al Padre la comunidad mesiánica al pie de la cruz estaba representada por el discípulo que amaba Jesús y por unas cuantas mujeres (¿cuatro?), entre las que el evangelista concede el primer lugar a la madre de Jesús.

La mujer coronada de doce estrellas, en angustias de parto, representa en primer lugar la aflicción del resto fiel del pueblo elegido en el momento en que el mesías era engendrado a la gloria de la resurrección a través de los dolores de la pasión.

La maternidad metafórica de la mujer no se extiende solamente al mesías resucitado, sino también a todos sus hermanos, es decir, a todos aquellos que guardan los mandamientos de Dios y son fieles al testimonio que dio Jesucristo. ¡Ése es el antiguo y el nuevo Israel! En segundo lugar, y por vía indirecta, en esa mujer estaría también incluida la virgen María. Todo ello debido a lo que escribe Jn 19,25-27. En el momento en que Jesús pasaba de este mundo al Padre, la comunidad mesiánica estaba representada principalmente a través de la presencia de su madre. En aquella hora Jesús revela que María tiene también una función maternal que cumplir respecto al discípulo amado, tipo de todos sus discípulos.

La diferencia que hay entre Ap 12 y Jn 19,25-27 consiste en que mientras la escena del Apocalipsis tiene una tonalidad eclesial, la del cuarto evangelio se centra más bien en la persona de María. Pero se trata de una diferencia complementaria. Por eso el c. 12 del Apocalipsis confirma el significado eclesiológico de María al pie de la cruz, y viceversa, la presencia de María al lado del Crucificado hace posible la extensión mariológica a la mujer del Apocalipsis, en lucha contra el dragón.

Este género de argumentación (propuesto especialmente por A. Feuillet) es uno de los más apreciables en el nivel del sentido literal. Efectivamente (como reconocen no pocos exegetas), existen frecuentes contactos entre la tradición codificada en el Apocalipsis y la de los escritos seguramente joaneos.

b) María, la "llena de gracia".
En la mujer revestida de sol los ojos de la fe podrán contemplar a María con pleno derecho. Debido a la misión única y excelsa a la que ha sido llamada por Dios, la Virgen se vio envuelta por la complacencia y por el favor misericordioso de Dios (cf Lc 1,28: kejaritoméne; 1,48).

c) María, "la parturienta de Belén".
Una vez admitido que la mujer de Ap 12 es también figura del antiguo pueblo de Dios, será preciso reconocer que solamente a través de la maternidad física de María la mujer-lsrael engendra de su seno al mesías. Por eso Ap 12 puede referirse también en sentido amplio al parto de Belén.

d) María, la "mujer" de la fe atormentada.
En los dolores del parto, como decíamos, se expresa entre otras cosas el itinerario tan difícil de fe que lleva a cabo la comunidad prepascual de los discípulos para llegar a aceptar un mesías que sufre. Dentro de esta perspectiva es posible colocar con toda dignidad a la madre de Jesús, efectivamente, María acogió en su hijo al mesías tal como Dios se lo proponía y vivió ejemplarmente el drama de Cristo crucificado. De esta manera la Virgen engendró a Cristo sobre todo en el orden de la fe.

e) María, miembro de una iglesia perseguida por el mundo y socorrida por Dios.
Pensando en las hostilidades de la serpiente contra la mujer en el desierto y en la asistencia divina de que se ve protegida, la mente del lector no podrá ignorar que también María fue partícipe del misterio de muerte y de resurrección que vivió la iglesia apostólica. En efecto la Virgen vivía en el seno de la comunidad de Jerusalén (He 1,14). Pues bien, esta comunidad fue muy pronto objeto de persecución por parte de las autoridades judías, mientras que al mismo tiempo experimentaba de manera tangible la fuerza liberadora de Cristo resucitado, su Señor (cf He 4,5-31, 5,17-41, 6,97,60; 8,1-3; 9,1-2; 12,1-19).

f) María, asunta a la gloria celestial.
El término escatológico de la mujer de Ap 12 es el de ser glorificada en los cielos nuevos y la tierra nueva de la Jerusalén celestial, como "mujer-esposa del Cordero" (Ap 21, 1-22,5). Levantando la mirada hacia esa humanidad transfigurada en Jesucristo, muchas voces de la tradición eclesial han encontrado abundantes motivos para celebrar en el gran signo de la mujer la asunción de María al lado de su Hijo. En ella redimida en la integridad de su persona, la iglesia se goza en saludar la primicia y la prenda de la gloria perfecta, que será comunicada a todas las criaturas como fruto de la salvación universal realizada por Cristo Dios-con-nosotros (cf Ap 21,34).

Para cada uno de los aspectos marianos que aquí hemos señalado como ejemplos, me parece que resulta muy adecuado el criterio hermenéutico formulado por U. Vanni. Este autor insiste en la connotación eclesial de Ap 12 y afirma en términos muy claros que la mujer no es María. Pero luego añade que "también es posible dar un paso legítimo en la dirección mariológica...; (y) esto no constituye ningún añadido devocionista y mucho menos se plantea como interpretación exegética alternativa o mera aplicación eclesial. Lo que hace más bien es subrayar la riqueza pluriforme, supraconceptual, del símbolo, que raras veces llega a explotarse colmadamente. También el gran signo alcanza su plenitud de significado sólo cuando el mismo llega a ponerse en contacto inmediato con toda la realidad de la vida eclesial".